La persona que diga que no se ha enterado de la famosísima "crisis" económica, es que ha sido abducida por una nave alienígena. A nosotros, a Fernando y a mí, esta situación nos pilló hace unos años, pero no vino por lo económico, vino por lo vital. Fernando, biólogo de formación, se ganaba la vida, literalmente para su esquema de pensamiento, en trabajos que no le dejaban nada y él no encontraba tampoco un espacio para aportar. Yo, con mil proyectos, todos empezados y ninguno consolidado. Psicóloga de formación, después de entregar el DEA (la investigación necesaria para hacer la tesis doctoral), encontré el yoga, la meditación y la psicoterapia transpersonal y dejé lo poco (laboralmente, pero no vitalmente, porque conocí a personas maravillosas) que había conquistado de la Universida para entregarme a las clases de yoga y a la búsqueda de un espacio en el que pudiera expresarme como terapeuta.
Luego la maternidad de Pau. Luego el nacimiento de Gael. Para ese entonces, Fernando estaba en el paro, le quedaba aún un año y yo apenas estaba consolidando una clientela terapéutica. Fuimos suprimiendo salidas y gastos innecesarios. ¿Quién quiere comprar ropa, si esta todavía puede aguantar? ¿Para qué estrenar, si podemos heredar de alguna tía? ¿Quién quiere irse de viaje a Colombia a visitar a la familia, si los podemo ver por Skype?
Fernando decidió que quería aprender de agricultura ecológica y que ahí dedicaría su proyecto vital. Ya entonces cobrábamos el subsidio de 426€ y lo que yo consiguiera con mis terapias y mis clases. El subsidio se acabó en febrero del año pasado. Empezamos a engrosar las estadísticas de familias con sus dos miembros en el paro. Éramos desde entonces, oficialmente pobres. Y aquí es donde viene el meollo de este asunto. Nosotros no somos pobres. No nos consideramos pobres. De hecho, nos suena a chino cuando escuchamos en las noticias lo de la pobreza. No cotizamos para el estado, pero eso no nos quita ni un milímetro de la abundancia y la dignidad que poco a poco estamos construyendo.
Fernando podía haber iniciado una búsqueda trabajo de cualquier cosa. Yo también, pero teníamos y tenemos fe en lo que hacemos. Somos dos personas sin mucho dinero pero con un proyecto de vida en el que nos sentimos realizados. Dándole lo mejor de nosotros a nuestros hijos, a las personas para quienes trabajamos y a la sociedad. Constuimos nuestro presente.
Veo a Fernando, a Raúl y a Rodolph, con su Asociación Hort del Carmen, cultivando con consciencia, con amor, tratando a la tierra con dignidad, ofreciendo a sus clientes un precio justo por lo que compran e invirtiendo en un proyecto vital que comparten con otros agricultores que están haciendo esta misma labor y siento un profundo orgullo. Ellos, al igual que muchas personas emprendedoras de hoy, no han esperado más ayudas, ni se han sentado a llorar su desgracia. Se han reunido y están haciendo realidad aquello en lo que creen: que pueden vivir dignamente de la agricultura, sin dañar la tierra y ofreciendo un producto de calidad a un precio justo. Piensan y están consiguiéndolo, que el mejor sello de regulación es la "autorregulación" y se han unido con otros "Ecollaures" para lanzar su sello de Agricultura Social Participativa. Trabajan desde el reconocimiento del valor de las redes humanas, desde el intercambio de personas con personas, no con empresas, ni con fábricas, ni con distribuidores, ni bancos, ni entidades gubernamentales, ni grandes sindicatos o partidos políticos, aunque los reconocen y saben que l'Hort de Carmen tiene mucho para ofrecerles. Ellos se reunen con otras asociaciones, con grupos de consumo, con sus contactos a través de las redes sociales, que también son sus amigos, los mismos que se ofrecen para ir a echar una mano al huerto o para ir a comer y reunir fondos para una nueva inversión. Los mismos que compran sus productos y hablan de l'Hort de Carmen y lo recomiendan a sus amigos y extienden la red. Los mismos que no se sienten obligados a comprar, porque los unen lazos de afinidad más próximos que una fría relación de productor-cliente.
Veo, desde los ojos de Fernando un grupo creciente de personas que están construyendo aquella forma de vida que les parece más feliz, más sostenible y más digna para ellos y quienes les rodean. Veo una propuesta social, económica y ecológica en acción. Aunque no necesariamente acudan masivamente a manifestarse, ni acampen en las plazas, están construyendo un modelo de sociedad en el que ellos encuentran cabida.
Yo, por mi lado, veo cómo mi red se constituye de personas que necesitan ayuda terapéutica y pueden pagarla. Todos tienen aquello que pueden destinar a su proceso. Los que no cuentan con dinero, tienen sus manos, sus profesiones, sus propios servicios.
Algo que me llama poderósamente la atención es el enorme empeño que las personas que vienen a consulta tienen en trascender sus dramas mentales, todos dolorosos. Es tan importante para ellos encontrarse con su esencia, con su potencialidad y llevarla a su vida cotidiana. Es tan importante para ellos dejar de sentirse tristes para sentirse vivos, agradecidos, orgullosos de los seres que son. Cada persona que viene trae una preciosa lección vital.
En mi campo de acción profesional, siento que hay todo un movimiento de transformación en acción. Transformación vital, no sólo económica. Contemplo la enorme capacidad vocacional y espiritual de mis colegas y de toda la gente que poco a poco va pasando a la Autogestión de su propia felicidad.
Vale, estamos en crisis, bendita crisis, que nos está haciendo despertar de este largo y soporífero letargo y nos está permitiendo encontrarnos de frente con nuestras propias posibilidades vitales, conectándonos a todos y mostrándonos que todos tenemos la posibilidad y la responsabilidad de vivir nuestra vida de la mejor forma que podemos.
El Rey ha muerto. La modernidad ha muerto. ¡Viva el Ser
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